Al poco de empezar la universidad, con 19 añitos, iba yo un día chafardeando por una de esas grandes librerías junto la Plaza Cataluña, en Barcelona, cuando unos libros de colores chillones me llamaron la atención. Como mi nivel de curiosidad a veces llega a superar los límites de la normalidad me dirigí hechizada hacia ellos, tapas rosas, verdes, naranjas… ay ay ¿por dónde empezar?
Cogí uno al azar, de tapa naranja y la foto de una chica como puesta del revés, título Rachel se va de viaje, autora Marian Keyes. Fue mi perdición, desde entonces no pude parar hasta leerme todos sus libros y ansiosa a que publicara más.
Diez años después, mi colección de novelas chick lit es considerable. Para mi han sido una terapia, me han hecho reír a carcajada limpia y, sobretodo, me han permitido desconectar y evadirme de cualquier día asqueroso que haya podido tener. Y lo mejor, irme a dormir con un buen rollo increíble, eso sí, a veces me he llegado a enganchar tanto que eso de dormir, poco poco…
Sé que este género no es considerado tan culto, ni de tanto nivel como otros, pero qué quieres que te diga? Bastantes quebraderos de cabeza tenemos durante el día como para ponerse a leer un tocho lioso que hasta que no estás en la página tres mil no se pone interesante. Hay momentos en los que prefiero reír y no pensar en rollos durante un ratito al día, que de vez en cuando sienta muy bien algo fresco y divertido.
0 comentarios:
Publicar un comentario